2010/07/19

Pasad

Los personajes de mi libro cacarean todo el rato cuando abro la cubierta. Cacarean. Apaga la luz y pasa. La misma sangre que recorre mis venas toca a la puerta, ¿Qué haces leyendo con la luz apagada, que haces con la luz apagada?, no importa, se va cerrando la puerta. Eva le dice a Adán que la ama, Adán le dice a Eva que la querrá por siempre, la luz no obstante está encendida, sus párpados están apagados. Pasa y siéntate en la oscuridad querido amigo, pasa y cuéntame, pero no hago más que hablar a la oscuridad, me he percatado que no entra aire por las ventanas, por la puerta, quizás sea este calor asfixiante lo que me quema la retina y no la oscuridad de lo que me rodea. Al vecino de arriba se le han caído los calzoncillos en mi tendedero, llama a mi puerta para recogerlos. El gato solitario de todas las rutinarias tardes se posa en mi ventana, acurrucado. ¿No quieres tus calzoncillos? ¡Pasa!, está oscuro, dice, ve tu a por ellos. Después de todo qué más da. Entre mi alter-ego de celestiales ojos, de maullidos silenciados, nos separa una verja, entre su mundo y el mio, pero en parte la misma cárcel que nos refugia, que nos otorga el silencio. Al cerrar los ojos, pasa como una canción de Luke Temple que marca el final, pasa deslizando sus cabellos rizados, suavizando el viento, sosteniendo su pulgar entre unos diminutos zapatos, haciéndolos girar a la misma velocidad que sus bucles dorados. Pasa tan rápido que el color de sus mejillas se confunde con el de sus ojos, no obstante son preciosos. Pero pasa, porque al abrir la vista al salón del festejo, la luz sigue apagada, el gato se ha ido, los vecinos y la sangre siguen por su propio drenaje, y el libro sigue cacareando, con toda su razón, con toda su existencia.