Musas

Estoy ante un cálido foco, miradas ciegas de la platea, sin ver en lo profundo de aquel escenario. Allí le hablaba todo los días, sin verla.

Paseabas haciendo ruido con tus pequeños zapatitos en una calle llena de contaminación y grandes charcos. La lluvia podía limpiar sus pecados, podían herirla, pero nadie la tocaba, era libre. Venia hacia la habitación de la idea, donde ella abriría la ventana, dejaría que el sol le diera solo a ella los buenos días y dejaría amablemente que iluminara su pelo, transformando las sombras de mi habitación en belleza.

Allí me quitarías las gafas de sol, el cigarrillo de un porrazo, moverías con tus dedos el pelo de mi frente y te sentarías a mi lado mirando todo, inquieta y serena a la vez.

Pisando la madera tocaba la guitarra sin cesar, sonaría la armónica, podía verte incluso cuando aplaudían, salías de mi voz convirtiéndote en letras y melodía, pero nadie me entendería jamás, nadie sabría quien era la chica de los cabellos al sol que sentaba a mi lado.

Incesante charlatana, apoyas tu cabeza en mis hombros y vuelves a sentarse a unos metros. Respiro y sigo presionando la máquina de escribir al son de sus palabras.

Al terminar de exponer, digo buenas noches entre miles de aplausos, recuerdo aquel día lluvioso en el que liberaste mis palabras y recitaste mis sueños. Son un público excelente...

F-I-N. Separo las manos de la máquina de escribir. Solo, todo está oscuro y el cigarrillo se consumió hace tiempo. La ventana abierta, solo puedo dar besos al aire y sigue lloviendo sin cesar.

Espero que en este incomodo silencio pueda volver a oír a lo lejos, los pequeños zapatitos que una vez iluminaron la metrópolis de mis ideas.